Miami (EE.UU.), 2 feb (EFE).- Con banderas, carteles y vestidos con los colores de sus respectivos países, decenas de aficionados mexicanos y puertorriqueños pintaron este viernes las calles de los exteriores de la ciudad de Miami, donde estos días se celebra la Serie del Caribe, buscando “una mezcla de culturas, pero compartiendo la pasión por el béisbol”.
Juan José Guzmán, un mexicano de 35 años, había viajado expresamente desde su natal Culiacán (México) al sur de la Florida para presenciar este torneo que congrega a los principales equipos de béisbol de América Latina.
“Es una fiesta para todos nosotros, especialmente para los que somos del estado de Sinaloa, porque la pasión por el béisbol está al tope”, explicaba a EFE el joven vestido con una camisa roja, verde y blanca -los colores de la bandera nacional- con el nombre de su país inscrito en el centro.
Una de las cosas que más valora de este tipo de citas deportivas es “el gran ambiente festivo” que se vive, “donde todos se respetan y prácticamente no hay ningún altercado, porque lo importante es el deporte”.
“El ambiente caribeño que se vive aquí, junto al resto de países, es algo muy especial porque compartimos diferentes culturas, pero una misma pasión: el béisbol”, agregaba al respecto.
Al igual que Guzmán, la mayoría de los asistentes se habían desplazado desde sus lugares de origen hasta la ciudad del Sol, la sede escogida para esta edición de la Serie del Caribe. El también mexicano Noé Salazar había organizado el viaje junto a su familia desde hacía varios meses. Para él, viajar para este evento deportivo ya se ha convertido en una tradición.
“El año pasado viajamos a Venezuela, donde también había pura fiesta”, decía “feliz” porque el próximo año esta competición se celebrará en su país. Salazar calcula que este viaje les habrá costado unos 2.000 dólares por persona, un precio “que tampoco es tan desorbitado teniendo en cuenta que se han buscado las mejores ofertas, a pesar de que los precios actualmente están muy caros”.
“Eso incluye todo, estancia, transporte, comidas y los boletos”, detallaba al respecto.
A medida que se aproximaba la hora del partido, los aficionados iban acercándose poco a poco al LoanDepot Park, el estadio en el que juegan habitualmente los Miami Marlins, el equipo local del sur de la Florida, y cuyo aforo es de 37.000 asientos.
Para Luis Hernández, un puertorriqueño residente en Tucson (Arizona), este era un partido “muy especial” ya que iba a vivir la rivalidad en primera persona junto a su esposa, Carmen Cordero, natural de México y que, obviamente, apoyaba al país vecino. “Siempre vivimos este tipo de encuentros con mucha competencia, pero sana, vamos a ver quién gana”, decía entre risas el hombre para después besar a su pareja.
Un partido que “no es negocio” para los vendedores ambulantes
Vivir este tipo de encuentros junto a aficionados de toda la región es una oportunidad única no solo para los amantes del béisbol, sino también para los vendedores ambulantes. Muchos de ellos tratan de sacarse un beneficio extra haciendo caja aprovechando la gran atención que acapara este campeonato y vendiendo algunos productos de recuerdo.
Carlos Terán, un venezolano residente en Los Ángeles (California), ha pedido unos días de vacaciones en su trabajo para viajar hasta el sur de la Florida y vender varios productos de mercadotecnia de los países que se presentan en el campeonato, como Venezuela, República Dominicana o Nicaragua, entre otros. Sin embargo, al hombre que iba vestido con las banderas de México y Puerto Rico, las cuentas no le salen.
“Tuve que rentar un servicio especial para transportar casi 500 kilos de camisetas, gorras y pulseras desde California, y la verdad es que estoy viendo que todo está yendo bastante flojo”, decía resignado y lamentando que “posiblemente no recupere todo” lo que ha invertido.
El joven de 37 años, que lleva viviendo en Estados Unidos desde hace dos años, espera que “la gente se anime a comprar” a medida que los equipos se van clasificando de cara a la final.
“Como dicen los mexicanos, todo está muy despacio porque el estadio no acaba de llenarse y eso también se nota en los negocios de los alrededores, que no acaban de arrancar”, relataba el hombre que el año pasado también llegó a Miami para hacer el mismo tipo de negocio durante el Clásico Mundial y le salió “muy bien”.
Es el mismo sentimiento que comparte con su compatriota José Godoy, quien emigró hace dos meses de Venezuela a Miami en busca de una vida mejor y tampoco “está vendiendo tanto” como esperaba.
“Todo con honestidad, estoy buscando la manera de sobrevivir y quien puede comprarme la camiseta lo hace y yo agradecido, aunque está costando un poquito”, apostillaba el hombre de 50 años.
A los que sí les estaba yendo mejor era a los que estaban revendiendo los boletos minutos antes de que arrancara el último encuentro de la jornada. “Hay que tener paciencia, pero siempre hay quién acaba comprando, así que estoy tranquilo”, decía un hombre de unos 45 años de origen cubano, que vivía a pocas cuadras del estadio situado en el barrio de la Pequeña Habana, un lugar donde históricamente se establecían los exiliados cubanos.
Los precios de los boletos oscilan entre los 20 y los 100 dólares de media para un partido regular.
Antoni Belchi