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La Habana sin Olga Guillot era un desierto, dice el autor del libro “Boleros prohibidos”

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Miami, 29 sep (EFE).- Para construir el llamado “hombre nuevo”, la revolución castrista paralizó el bolero y los “traganíqueles” con el argumento de sus letras poco optimistas, por lo que intérpretes como Olga Guillot (Santiago de Cuba, 1922-Miami, 2010) se marcharon del país junto con las disqueras, afirma el autor cubano Armando López.

“Cuando el régimen quiso construir el 'hombre nuevo' (un término que se le atribuye al Che Guevara), los medios nacionales empezaron a boicotear el bolero acusándolo de pesimista y de mal gusto. Querían un hombre nuevo, una nueva canción y un nuevo cine, y así fueron desapareciendo al  bolero”, dijo en una entrevista con EFE López, autor del libro de crónicas y conferencias “Boleros prohibidos: La Habana sin Olga Guillot” (2023).

Productor de espectáculos musicales, periodista y publicista, López, quien actualmente vive en Miami, recoge en este volumen el ambiente de la bohemia de La Habana y sus cabarets a finales de la década de 1950, y lamenta que en la capital cubana no exista una estatua de Olga Guillot, quien “era un símbolo de la alegría de vivir”.

En su libro, que según la introducción se propone presentar a Cuba a través de la música, López reúne las conferencias que ha impartido a lo largo de su vida e incluye una entrevista que le hizo a Gabriel García Márquez en La Habana en 1984, en la que el Nobel colombiano advierte: “¡cómo desaprovechan su música los cubanos!”.

Llegada la revolución, recuerda López, cerraron los cabarets de La Habana y donde estaba el más famoso, “que no era Tropicana sino el Montmartre”, construyeron un restaurante con el nombre de Moscú.

“Se fueron todos los grandes compositores y boleristas excepto (César) Portillo de la Luz, que era del Partido Socialista, y José Antonio Méndez, que venía de México y estaba cansado, pero Frank Domínguez, el autor de 'Tú me acostumbraste', uno de los cinco boleros más famosos del mundo, también se marchó”, dice López.

Preguntado por qué Olga Guillot en lugar de Celia Cruz, responde tajante: “Celia Cruz no fue una bolerista, ella cantó dos o tres boleros en su vida, ella fue una guarachera”.

Una mulata china conocida en toda Iberoamérica

A Olga Guillot, “una santiaguera mulata y china, porque su abuelo era chino y también tenía ascendencia catalana, todo mezclado”, el autor la pone al nivel de la actriz y cantante argentina Libertad Lamarque.

“Olga Guillot era muy conocida en España, en Argentina, en toda América Latina, hizo muchísimas películas en México, era sin duda una superestrella, era un símbolo del bolero, era la reina del bolero. En Cuba, desgraciadamente, nadie se acuerda de ella pero en Argentina todo el mundo sabe quién es Libertad Lamarque”, lamenta.

“Detrás de Olga se fueron Orlando Vallejo, Orlando Contreras, Blanca Rosa Gil (conocida como 'La muñequita que canta'), y se fueron además todos los grandes compositores. Frank Domínguez, que es el otro monstruo, terminó en México”, desgrana.

“En Cuba había traganíqueles, vitrolas, rocolas, como quieras llamarle, desde Guantánamo hasta Pinar del Río, en cada esquina había una bodega y en cada bodega había una vitrola. Pues todas desaparecieron”, explica López, quien en los años 80 fue editor de la revista Opina, que entregaba el premio más popular de la música en la isla, el Girasol.

“Cuando la revolución triunfa”, recuerda López, “la gente se bota para la calle a romper las cosas, entre ellas los parquímetros. La Habana se volvió una ciudad sonámbula y peligrosa hasta que volvieron a abrir los cabarets. Lo que no se puede hacer es negar la música. Imagínate que en Estados Unidos negaran la música de los años 40: hubieran negado a Sinatra”.

“¿Por qué en Cuba no hay una estatua de Frank Domínguez y sí tenemos una estatua de un músico inglés que nunca nos visitó?”, pregunta en alusión a la estatua a John Lennon inaugurada por Fidel Castro en el año 2000.

López, quien ha impartido “más de 20 conferencias” en el Instituto Cervantes de Nueva York, explica que el propósito de este libro es “decirle a las nuevas generaciones de cubanos que Cuba era un país maravilloso que nos arrancaron, porque nadie se va, nos botan”.

“Yo tengo 80 añitos, a las personas mayores que tuvimos la suerte de ver aquella Habana increíble no se nos quita de la mente. Era un paraíso situado en la entonces república más jovencita de América Latina, donde había pobreza, claro, pero por la impaciencia fuimos expulsados del paraíso”, comenta el autor, que presentará este volumen en noviembre en la Feria del Libro de Miami.

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