Montreal (Canadá), 27 abr (EFE).- Las elecciones legislativas que mañana deciden el futuro inmediato de Canadá tienen en esta convocatoria una importancia existencial, puesto que van a marcar una nueva relación con su único vecino, Estados Unidos, y su impulsivo presidente Donald Trump, que les ha declarado la guerra comercial y amenaza incluso con anexionarse el país.

Y sin embargo, el ambiente electoral que puede verse es menor comparado con cualquier otro lugar: no hay grandes murales con los rostros de los líderes políticos, ni caravanas de los partidos pidiendo ruidosamente el voto por las calles; los principales candidatos no prodigan sus mítines y sus apariciones públicas, en lugares pequeños, se producen a cuentagotas.

Es cierto que el candidato favorito, el liberal Mark Carney, no anda sobrado de carisma ni tiene el magnetismo necesario para seducir a las masas: si ahora encabeza las encuestas de intención de voto es porque su imagen de eficiente banquero -ha presidido el Banco de Canadá y el de Inglaterra en momentos distintos- le dan un aura de competente gestor.
No es que a los canadienses no les importen estos comicios: al contrario, cuando se les pregunta espontáneamente, todos reconocen que estas elecciones son como ninguna anterior y que el país va a entrar en una nueva era de incertidumbres y peligros ante las amenazas llegadas del sur.
Y así, 7,3 millones de ciudadanos, lo que equivale a la cuarta parte del censo electoral, han depositado su voto cinco días antes de los comicios, un récord en la historia del país.
Si hay una palabra que todo el mundo repite para definir el momento actual es la de “temor” o incluso “terror” ante el futuro: a bancarrotas de empresas o sectores enteros, a despidos masivos, a subidas de precios o a los apetitos expansionistas de Donald Trump.
“¿Qué le espera a mi hijito?”, se pregunta en voz alta una madre joven con su bebé que pasea por Montreal. “El presente me trae pocas certezas, pero hay una cosa que seguro sí sé: ¡que no me voy a convertir en estadounidense!”.
Y ese sentimiento de temor se está contagiando incluso a los residentes que no pueden votar, por ser inmigrantes que no llevan suficiente tiempo en el país. Preguntados por EFE, inmigrantes de México, de Argelia o de Haití sienten ahora miedo a no poder completar su proceso de regularización en el país.
Las palabras de Mark Carney abonan sus temores: ha prometido limitar la cifra de inmigrantes permanentes por debajo del 5 %, y el de residentes permanentes a menos del 1 %.
Además, desde mediados de 2024 el Gobierno canadiense empezó a retocar sus normas migratorias para reducir el número de residentes temporales, lo que supondrá que en 2025 hasta 2 millones de personas tengan que abandonar el país.
Es fácil preguntarse cómo hará tal cosa cuando la Canadá contemporánea se ha construido gracias a la inmigración masiva de asiáticos, de magrebíes o de latinoamericanos que ocupan ahora barrios enteros de las grandes ciudades y constituyen la mano de obra no cualificada necesaria para prácticamente todos los sectores de la economía.
Pero el miedo a la crisis ya no es solo teórico: una magrebí llamada Soumaya y que trabaja en el sector energético cuenta a EFE cómo su empresa ha empezado a despedir a parte del personal tras declararse la guerra arancelaria. Ella misma, que está en plenos trámites para lograr su permiso de residencia permanente, se pregunta qué será ahora de su futuro tras haber construido una vida en Canadá durante ocho años.