Washington, 29 ago (EFE).- La caótica retirada hace un año de Estados Unidos en Afganistán dañó la credibilidad del Gobierno de Joe Biden, que busca mantener su influencia en el tablero internacional mientras se le acumulan los frentes abiertos: la lucha contra el terrorismo, la rivalidad con China y la guerra de Ucrania.
Biden había prometido que Kabul no sería otro Saigón, pero el apresurado repliegue de Afganistán, concluido el 31 de agosto ante el imprevisto y fugaz avance de los talibanes, se pareció mucho al fin de la guerra del Vietnam.
EVACUACIÓN A LA DESESPERADA
Las imágenes de la apresurada evacuación del personal diplomático y de los afganos que colaboraron con Estados Unidos dieron la vuelta al mundo, al tiempo en que un atentado en el aeropuerto de Kabul mató a trece soldados estadounidenses y más de 170 civiles.
Tras dos décadas de invasión del país centroasiático, miles de millones de dólares invertidos y más de 2.400 soldados estadounidenses caídos, Afganistán regresó a la casilla de salida: los talibanes volvieron a controlar el país.
“El caos que hubo refleja una ausencia total de planificación. Estados Unidos creía que los talibanes no tenían fuerzas para volver al poder y estaban equivocados”, dijo a Efe Robert Crews, profesor de la Universidad de Stanford experto en Historia de Afganistán.
Para Crews, el principal error fue pensar que el Ejército afgano estaba preparado para combatir a los talibanes sin presencia de las Fuerzas Armadas estadounidenses en el terreno.
Pero no responsabiliza de todo al Ejecutivo de Biden, pues considera que fueron los Acuerdos de Doha, firmados en 2020 por la entonces Administración de Donald Trump con los talibanes para sentar las bases de la retirada estadounidense, los que “allanaron el camino” del retorno de los integristas.
El desastre de Afganistán impactó de lleno en la popularidad de Biden, que cayó en picado y no ha comenzado a repuntar hasta hace apenas algunas semanas.
Pero la Casa Blanca no ha hecho autocrítica y el mismo Biden defendió la semana pasada en un comunicado que gracias a la salida de Afganistán, Estados Unidos puede combatir el terrorismo “sin poner en peligro a miles de tropas sobre el terreno”.
AYUDA HUMANITARIA Y TERRORISMO
Precisamente el terrorismo es ahora el principal escollo para que Estados Unidos cumpla su promesa de ayudar al pueblo de Afganistán, donde casi 23 millones de personas sufren una severa crisis alimentaria, según datos de la ONU.
Y es que la presencia en Kabul del líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, asesinado en julio pasado por Estados Unidos, dinamitó las incipientes conversaciones entre Washington y los talibanes para desbloquear fondos afganos.
En total, Estados Unidos mantiene congelados 9.000 millones de dólares que el Gobierno afgano envió al extranjero antes de la caída de Kabul, de los que la Casa Blanca pretende destinar 3.500 millones para ayuda humanitaria y el resto para las familias de las víctimas de los atentados del 11 de septiembre.
En declaraciones a Efe, un portavoz del Departamento de Estado aseguró que el régimen talibán “violó gravemente” los Acuerdos de Doha al “dar cobijo” al líder de Al Qaeda, con lo que dilapidó cualquier posibilidad de reconocimiento internacional o alivio de sanciones.
La misma fuente detalló que Estados Unidos está explorando ahora un mecanismo alternativo para desbloquear los fondos y que “beneficien al pueblo afgano y no a los talibanes”.
¿REPLIEGUE O REORIENTACIÓN?
Para Juan Luis Manfredi, titular de la cátedra Príncipe de Asturias de la Universidad de Georgetown, en Washington, las consecuencias de la caótica salida de Afganistán fueron mucho más allá, y es que Biden quedó “en una posición débil y complicada en el panorama internacional”.
“Las expectativas de la capacidad de liderazgo del Gobierno de Biden eran altas y, la verdad, fue la primera gran decepción”, dijo el profesor a Efe.
Desde entonces, Estados Unidos ha quedado “sin ninguna capacidad de influencia” en una región de alta importancia estratégica, opinó, pues Afganistán tiene frontera con Irán, China, Pakistán y las repúblicas de Asia Central.
Esa retirada fue interpretada por muchos como un repliegue de Washington en el tablero global, algo de lo que Rusia quiso aprovecharse en febrero pasado con la invasión de Ucrania.
Sin embargo, los defensores de la estrategia de Biden destacan que, a diferencia de lo ocurrido en Afganistán, donde no vieron el avance talibán, los servicios de inteligencia estadounidenses sí supieron anticipar con semanas de antelación que el presidente ruso, Vladímir Putin, preparaba la ocupación de territorio ucraniano.
Y que mediante el continuo envío de armamento para el Ejército ucraniano, se ha logrado contener la guerra en el este del país.
Manfredi no considera que Estados Unidos esté en una fase de repliegue, sino en una clara reorientación de su política exterior para concentrarse en la rivalidad política y comercial con China, país al que la Casa Blanca percibe como su principal amenaza.
Son prueba de ello la última gira de Biden por Asia y la reciente visita de la presidenta de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, a Taiwán, que ha disparado la tensión con Pekín.
Pero el profesor advierte de que si Estados Unidos quiere seguir siendo una superpotencia, debe poder atender “más de un frente a la vez”.