Washington/Redacción Internacional, 28 abr (EFE).- El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha restaurado en la política exterior de Estados Unidos la doctrina de “la ley del más fuerte” propia del estilo del mandatario, una idea que regresa con una diferencia con su primer mandato: ahora no tiene a nadie que le frene en sus impulsos.
En sus primeros cien días, Trump ha retomado el desdén hacia los organismos multilaterales, el acercamiento a figuras autocráticas y la defensa de relaciones exteriores donde Washington siempre debe salir ganando, ya sea en las guerras en Ucrania y Gaza o en disputas con la UE, Canadá, Groenlandia o Panamá.
“Ha habido muy pocos cambios en las líneas generales de su política exterior desde su primera a su segunda administración”, apunta a EFE Christopher Layne, de la Texas A&M University, quien describe su estilo como “visceral”.
La gran diferencia, señala, es que ahora “no hay nadie en su entorno para frenar sus instintos con una dosis de contexto histórico”.
Según William Wohlforth, experto en política internacional de la Dartmouth University, ahora Trump siente que puede “ser más radical y está menos constreñido” en su idea de diplomacia transaccional cortoplacista que aprovecha el poder que todavía tiene EE.UU. a nivel global.
Lo más destacado para James Goldgeier, de la American University, es que el republicano “sigue mostrando admiración por los hombres fuertes y desdén por los aliados democráticos”.
Ucrania, foco y promesa incumplida
Esa premisa afecta directamente al principal tema de su agenda exterior: la guerra en Ucrania, conflicto que, de manera quimérica, Trump prometió terminar en menos de 24 horas.
Las conversaciones han desembocado en un renovado acercamiento a Moscú, emulando lo sucedido en el primer mandato (2017-2021), con críticas muy contadas hacia el presidente ruso, Vladímir Putin, en un contraste sonado con los constantes ataques al ucraniano Volodímir Zelenski, a quien dedicó un desplante histórico en la Casa Blanca.
A punto de cumplirse 100 días este miércoles, Trump no ha logrado su objetivo. Sin embargo, bajo la amenaza de cortar la ayuda militar, ha forzado a Kiev a sentarse a negociar un acuerdo que probablemente implique grandes cesiones a Rusia.
La prisa por alcanzar un pacto en sus primeros 100 días ha intensificado los contactos y Trump, en sus redes, presiona a ambas partes para aceptar una propuesta de paz que pasa por que Rusia cese los combates a cambio de conservar parte de las zonas ocupadas y de que Ucrania renuncie a ingresar en la OTAN. Washington también aspira a sacar tajada con acceso a la explotación minera en territorio ucraniano.
“A Trump no le importa el futuro de Ucrania. Quiere encontrar la manera de llegar a acuerdos con Rusia y eso guiará su política”, advierte Goldgeier.
Choque con Europa
Europa asiste como espectadora a las negociaciones, con una UE mayoritariamente unida en torno a Ucrania –salvo la Hungría del ultra Viktor Orbán– mientras Trump exige aumentar las aportaciones a la OTAN, considerando “ridículo” el actual compromiso del 2 % del PIB en Defensa.
“Trump expresa un sentimiento generalizado de que los acuerdos de seguridad y comercio que Washington alcanzó con Europa tras la Segunda Guerra Mundial ya no benefician a Estados Unidos”, explica Layne, quien augura tiempos inestables en la relación transatlántica.
El “éxito” en Gaza y los delirios expansionistas
El republicano se adjudicó un primer “éxito” incluso antes de su investidura al lograr en enero una tregua en la ofensiva israelí sobre Gaza. Pero Israel, envalentonado por el respaldo sin fisuras de Trump al Gobierno de Benjamín Netanyahu, rompió el alto el fuego en marzo, y desde entonces ha causado más de 2.100 muertes.
En su primera reunión con Netanyahu, Trump propuso que EE.UU. asumiera el control del enclave palestino para expulsar a sus habitantes y construir un desarrollo inmobiliario, una idea calificada como limpieza étnica pero que parecía más destinada a presionar a los países árabes para financiar la reconstrucción de Gaza.
Ese impulso expansionista no se limita a Gaza. Trump ha reavivado su interés por Groenlandia, ha sugerido que Canadá podría ser el “estado número 51” y busca recuperar el control del canal de Panamá, presionando a empresas chinas para que abandonen puertos estratégicos de la vía.
Esta estrategia, según advirtió Nicholas Bequelin, experto de Yale, en la revista Foreign Policy, “podría romper el principio central del orden mundial de posguerra: la prohibición de la expansión territorial a expensas de otras entidades soberanas”.
Irán y la incertidumbre nuclear
En estos primeros tres meses, Trump también ha iniciado negociaciones con Irán sobre su programa nuclear, un proceso que comenzó entre amenazas del republicano de bombardear el país persa.
El futuro de las nuevas conversaciones es incierto, dado que Washington quiere incluir el programa de misiles iraní y el apoyo de Teherán a grupos regionales como Hizbulá o los hutíes, algo que Irán descarta de plano.
En Latinoamérica, destacan los acercamientos a mandatarios como el argentino Javier Milei y el salvadoreño Nayib Bukele, reflejando cómo la lealtad personal hacia Trump es clave en la nueva política exterior estadounidense.