Miami, 20 abr (EFE).- También bajo la corteza terrestre, el hombre altera el planeta. La inyección de gran cantidad de agua para extraer hidrocarburos mediante “fracking” provoca sismos, aunque por ahora ninguno de la magnitud de los registrados en Turquía y Siria en febrero, dijo a EFE el geólogo Eric Sandvol.
En una entrevista con motivo del Día de la Tierra (22 de abril) el reconocido profesor de geología de la Universidad de Missouri (EE.UU.) y experto sismólogo responde así cuando se le pregunta si el interior del planeta se ve tan afectado por las actividades humanas como la superficie terrestre, los océanos y la atmósfera.
La inyección de agua, arena y aditivos químicos a alta presión en la roca bajo la superficie terrestre para abrir vías por las que, mediante bombeo, fluyan los hidrocarburos ha causado sismos en Oklahoma, Arkansas, Texas y el sur de Kansas, subrayó.
No ha muerto nadie, pero en Oklahoma causó daños en viviendas, dijo sobre los sismos antropogénicos, los producidos por el hombre, que también ocurren cuando se construyen represas.
“De lo que no estamos seguros es si pueden causar o conducir a grandes terremotos”, aseveró.
TECNOLOGÍA PARA SABER MÁS DE LOS TERREMOTOS DE FEBRERO
Sandvol está listo para viajar a Turquía para una misión internacional de colocación de 250 dispositivos del tamaño de una lata de refresco que se espera que arrojen luz sobre los terremotos de magnitud 7,8 y 7,5 registrados hace 2 meses.
Entre uno y otro sismo transcurrieron 9 horas y en conjunto causaron la muerte de más de 50.000 personas e hirieron a 115.000, además de destruir edificaciones y otras infraestructuras.
Con 14 millones de afectados fueron realmente los terremotos más grandes en al menos 200 años en esa zona de Asia Menor. En la cuenca mediterránea solo hubo un sismo comparable en 1939, dijo Sandvol.
Y además el doblete de sismos, ya que el segundo no fue una réplica, tuvo algunas rarezas que la ciencia espera poder explicar con ayuda de la herramienta tecnológica de la empresa SmartSolo Inc., creada originalmente para la industria petrolera.
Junto a la Universidad de Missouri participan en este proyecto Georgia Tech y el Instituto de Ciencia y Tecnología de Turquía, pero además, según Sandvol, el Servicio Geológico de EE.UU. va a colocar cientos de los “nodos” de SmartSolo en la zona del terremoto.
“Mientras que normalmente solemos tener como 40 o 50, ahora tendremos entre 300 y 400 de estos instrumentos, porque son muy fáciles de colocar (se entierran bajo el suelo y no necesitan estructura de soporte como los sismómetros) y en 10 minutos están grabando”, compartió.
El objetivo del proyecto es conocer mejor la composición de la zona devastada y las áreas circundantes para ayudar a explicar por qué los terremotos de febrero fueron inusualmente intensos.
A una pregunta acerca de si la ciencia ha llegado a conocer el interior de la Tierra tanto como el exterior, Sandvol respondió: “Sabemos bastante sobre por qué suceden los terremotos, pero no podemos predecir con precisión cuándo sucederán”.
“Por lo general, aunque hay algunas excepciones, el 90 o 95 % de los sismos ocurre, dice, porque la Tierra es como un gran rompecabezas donde todas las piezas encajan”.
Cuando las piezas más grandes, las placas tectónicas, se mueven, se producen fricciones y choques y, como consecuencia, rupturas o “fallas”.
La zona devastada de Turquía y Siria está sobre la falla de Anatolia Central, el límite entre la placa árabe y la de Anatolia.
Es una falla de deslizamiento que no tiene las características de las fallas de subducción, como la de Chile, donde se suelen producir los megaterremotos, subrayó.
También fue una rareza que la onda de energía continuase en una curva de la falla bajo una parte de Turquía colindante con Siria.
“Cuando un terremoto se topa con una curva, típicamente se detiene el temblor y esto no pasó aquí”, dijo Sandvol.
A su juicio, probablemente nunca se podrá predecir un sismo con precisión, es decir, no se podrá “saber la hora exacta, la ubicación y el tamaño”, pero sí es posible mejorar los pronósticos.
Eso significa ser capaces de “dar una probabilidad de dónde ocurrirán futuros terremotos, pero no predecir con exactitud. Es una distinción realmente importante”, agregó.
Además se puede preparar mejor a la gente para la contingencia de un terremoto y construir edificios antisísmicos y modernizar los existentes para que puedan soportar fuertes sacudidas de tierra.
Las catedrales coloniales en América Latina son un buen ejemplo de resistencia a los terremotos, al igual que las tradicionales construcciones japonesas por la flexibilidad de la madera, expresó.