Nueva York, 8 jun (EFE).- La película “Richelieu”, que se estrenó este jueves en el festival de cine de Tribeca, usa la ficción como herramienta para hablar de las duras experiencias que viven los migrantes latinoamericanos que acuden a Canadá para realizar trabajos estacionales en el sector agrícola.
El primer largometraje del cineasta canadiense Pier-Philippe Chevigny está protagonizado por la actriz Ariane Castellanos, conmovedora en el papel de una intérprete que ha sido contratada por una planta de procesamiento de maíz para comunicarse con un grupo de trabajadores guatemaltecos.
Chevigny explicó a EFE que creció en el área del valle de Richelieu (Canadá), donde la agricultura cada año atrae a cientos de temporeros latinoamericanos a través de un programa del gobierno canadiense sobre el que pesan, dijo, “alegaciones de abuso y explotación” que le llevaron a indagar.
Junto a Castellanos, que es su amiga, el director entrevistó a decenas de trabajadores con la idea de hacer un documental, pero era “imposible” que denunciaran abusos públicamente, así que con sus testimonios dio forma a un guion y alteró ciertos datos para garantizar su anonimato.
“Irónicamente, me di cuenta de que, en este caso específico, la ficción era la única manera de contar la verdad”, apostilló Chevigny, que hasta ahora había realizado varios cortos y asegura estar guiado por su activismo y su “fascinación por las causas de justicia social”.
Castellanos, que trabajó anteriormente con Chevigny y se estrena en un largometraje, estuvo tan involucrada en el proyecto que el cineasta escribió “para ella” el papel de Ariane, una intérprete guatemalteca-canadiense con su nombre y “parte de su historia vital”, cuenta.
La intérprete Ariane se convierte en una mediadora entre los migrantes, que dejan a sus familias para volver con todo el dinero posible a Guatemala, y el nuevo mundo en el que trabajan, en Canadá, donde son el eslabón más débil de un sistema que los necesita pero se aprovecha de ellos.
Destaca la dramática interpretación de Nelson Coronado como Manuel, un joven analfabeto que, como los otros trabajadores, es presionado por el jefe de la planta agrícola a realizar trabajos físicos hasta el agotamiento por un salario mínimo, y con el que Ariane establece amistad.
Esa relación lleva a la protagonista a preocuparse por la calidad de vida y los derechos de los migrantes, además de plantearle cuestiones sobre su propia identidad y sentido de la pertenencia.
Con el filme, que compite en la sección de narrativa internacional en Tribeca, el director espera llamar la atención sobre “los serios problemas éticos que surgen en una industria que depende completamente de una fuerza de trabajo extranjera”, sobre todo en Quebec, donde está ambientado.
“Incluso con una inflación de récord, nuestros alimentos siguen estando entre los más baratos del mundo occidental: obviamente, alguien que está abajo en la cadena está pagando el precio”, sostuvo Chevigny, que quiere abrir ese debate pero, a nivel universal, simplemente aspira a contar una historia humana “poderosa”.
“Ninguna película con un mensaje político es útil si la gente no conecta con ella: espero, más que nada, que la gente se conmueva con ella”, agregó.