Ciudad de México, 3 may (EFE).- Al referirse a 'Y uno se cree', el libro en el que cuenta cómo compuso una canción con Joan Manuel Serrat, el novelista mexicano Jordi Soler presume de haber hecho un viaje a la niñez, época en la que conoció la poesía.
“He vuelto a ser el niño que escuchaba las canciones de Serrat. En el libro hago un viaje a la comunidad de catalanes donde nací en Veracruz (México). Para mí todo empezó con su disco dedicado a los poemas de Miguel Hernández; de las canciones pasé al poeta y luego al deseo de escribir”, aseguró Soler este sábado en una entrevista con EFE.
El volumen editado por Random House tiene partes de crónica, de ensayo y de memoria de los tiempos infantiles de Soler en los años 60.
La historia de la canción a cuatro manos comenzó dos días antes de San Valentín en 2021, el segundo año de la peste. Serrat llamó a Jordi para comentarle el pasaje de la novela 'El príncipe que fui', en la que el mexicano mencionó varios pájaros de colores, entre ellos el xirimicuaticolorodícuaro.
El cantautor preguntó qué clase de ave era esa, el novelista confesó haberla inventado. Entonces Serrat propuso escribir una canción juntos a partir de la criatura alada.
Huír de la pedantería

El primer reto que tuvo Soler en la creación de su nuevo libro fue escribir en primera persona sin dar protagonismo al yo. Es decir, no aparecer como un presumido por gozar de la amistad de Serrat, a quien el mexicano radicado en Barcelona considera el cantautor alfa de la lengua española.
“Había que evitar la pedantería que significa contar mi relación con Joan Manuel Serrat. Para resolver eso tenía que mantener la perspectiva del niño admirador del artista. El narrador mira hacia arriba a su cantante predilecto; eso facilita el yo narrativo metido ahí porque no había otra manera de narrar”, explica.
En 'Y uno se cree' el lector se entera de que Serrat es preciosista a la hora de componer, detesta que pongan canciones suyas si come en un restaurante y es un amante de la cocina, empeñado en mejorar su repertorio culinario e interesado por la forma en que su amigo prepara las quesadillas, plato popular en México.
“Yo no pretendía crear un libro, pero tengo la manía de tomar notas de todo en una libreta y cuando estaba escribiendo los versos, ponía en la otra página del cuaderno lo que conversábamos Serrat y yo. Unos meses después tenía una bitácora con la obra de un lado y sus referentes al lado”, revela.
Un mundo loco

Como en varias de sus novelas, en esta obra de no ficción recién editada, Jordi Soler regresa al tema del exilio al retomar los recuerdos de sus padres en Veracruz, donde se establecieron al huir de la España de Franco, que también obligó a Serrat a vivir unos meses en México.
“Yo nací en una familia de exiliados que suspiraban por regresar y supieron que, después de ciertos años fuera, ya no hay país al cual regresar porque todo ha cambiado”, explica.
Con la sensibilidad que posee al tratar el tema de la migración, lamenta la realidad, con deportaciones como las del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y la falta de oportunidades para quienes emigran, una costumbre del ser humano desde el inicio de los tiempos.
“Vivimos en un mundo loco, pero prefiero pensar que después de esta fiebre de egoísmos lleguemos a algo más socialdemócrata, de empatía con los otros”, afirma.
Es el mexicano un agradecido, que por Serrat contrajo el virus de la poesía y medio siglo después presume de ser un convaleciente sin cura.
“Me encanta Pessoa y un montón de poetas más. Sigo regresando a André Bretón y durante una época fui nerudiano (Pablo Neruda). En fin, tengo muchos amores en la poesía; en estos días leo a la mexicana Julia Santibáñez; estoy encantado con su libro más reciente”, confiesa.
Jordi Soler regresará a Barcelona en unos días y allí trabajará con Serrat la canción del xirimicuaticolorodícuaro, que de momento ha quedado un poco larga.
– ¿Es capaz de decir de corrido el nombre de su pájaro inventado?
– Me resulta imposible; Serrat sí lo hace; obvio lo va a cantar.