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Flujo migratorio inverso: venezolanos renuncian a EE.UU. pero no a la idea de otra vida

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Puerto de Cartí (Panamá), 23 feb (EFE).- La migración a la inversa ha comenzado. Venezolanos procedentes de México están cruzando Panamá con destino al Sur tras renunciar al sueño americano, algunos arrepentidos de haberlo intentado y otros no, pero con la esperanza de volver a comenzar en otro destino distinto a Venezuela.

Más de dos centenares de viajeros irregulares, incluidos niños y la gran mayoría venezolanos, estaban este fin de semana en una localidad cercana al Puerto de Cartí, en la comarca indígena panameña de Guna Yala, prestos a tomar una embarcación con destino al Sur.

Un bote con 20 migrantes, entre ellos 4 niños, salió este domingo de la isla Gardi Sigdub, situada frente a Cartí, para llegar a la isla Calidonia y luego a Puerto Obaldía, una localidad por la que se accede a la selva del Darién, la peligrosa frontera con Colombia que ha servido en los últimos años de corredor para el flujo migratorio.

“Nunca me voy a arrepentir”

Migrantes venezolanos y colombianos salen una embarcación de la isla Gardi Sugdub con destino a Colombia este domingo, en la comarca Guna Yala, en Puerto de Cartí (Panamá). EFE/ Bienvenido Velasco

“No se dio la oportunidad (de entrar a Estados Unidos) pero no me arrepiento. Nunca me voy a arrepentir. He pasado trabajo, bastante. Ahora el regreso ha sido más fuerte, hasta más costoso está siendo (que la ida), pero bueno, por lo menos hice el intento”, expresa a EFE John Orozco, un venezolano de 49 años que pasó seis meses en México.

Orozco, divorciado, con una hija en Venezuela y dos hijos en EE.UU., entró a Panamá hace un par de semanas por Paso Canoas, la frontera con Costa Rica, procedente de México. Hasta ahora ha gastado 900 dólares en este viaje de retorno.

Afirma que con la orientación de otros migrantes que ya cruzaron el territorio panameño en su viaje a la inversa llegó hasta Cartí “evadiendo los puntos migratorios”, para evitar que las autoridades lo devolvieran a suelo tico. Solo en Panamá “no dejaban pasar”, a diferencia de México y Centroamérica, comenta.

Orozco habla con EFE en una casa rústica propiedad de un indígena situada en medio de la selva.

En una de las habitaciones, un grupo de hombres con acentos colombiano, venezolano y panameño lleva el registro a mano en un cuaderno, donde se especifica el nombre y el número de identidad de los migrantes, y cuentan el dinero que pagan los viajeros para continuar su viaje hacia el sur del continente.

Orozco relata que pasó seis meses en México intentando obtener una cita migratoria a través de la aplicación CBP One, habilitada por la Administración de Joe Biden pero anulada en enero pasado por la de Trump.

En México no le fue mal: trabajó y pudo ayudar a los suyos y guardar “algito de plata” para pagar este viaje de regreso. No se quedó allá “por la soledad, la distancia” de la familia.

Ahora la “meta es Chile”. Orozco pagará 225 dólares por un espacio en un bote para recorrer un camino que lo llevará primero a Capurganá y luego a Necoclí, ambas localidades fronterizas en Colombia, donde lo espera en Medellín una hermana que le está ayudando económicamente para llegar a tierra austral.

“En Venezuela no voy a hacer nada. Sin nada en las manos no puedes llegar a Venezuela. Porque allá para tú trabajar para tener algo tienes que tener un capital. ¿Qué vas a hacer con las manos vacías, vivir de un sueldito que no te da para nada?”, reflexiona.

Volver a empezar en Chile tras “una experiencia terrible”

Migrantes venezolanos y colombianos hacen fila para abordar una embarcación con destino a Colombia este domingo, en la comarca Guna Yala, en Puerto de Cartí (Panamá). EFE/ Bienvenido Velasco

La venezolana Karla Castillo, de 36 años y madre soltera de cuatro hijos, confiesa a EFE que se “arrepiente mil veces” de haber salido de Chile, donde estuvo cinco años, para emprender el viaje hacia Estados Unidos.

Fue “una mala decisión”, confiesa Castillo, que relata que salió de Chile, permaneció unos diez meses en Venezuela y de allí partió hacia Estados Unidos cruzando el Darién.

La experiencia de ese viaje hacia el Norte “no se la recomiendo a nadie. Es lo peor que puede haber. Se ve de todo: muertos, violaciones, te roban, te manosean, te tocan”, afirma Castillo, quien entre lágrimas señala que en Tapachula (México) fue víctima de un intento de secuestro.

“Mi objetivo era llegar a Estados Unidos para luego traer a mis hijos, pero cerraron la frontera y no se pudo. Toca regresar a Venezuela y esperar un tiempito para regresar nuevamente a Chile”, donde Castillo trabajó como niñera en casas de familia y tuvo “excelentes jefes” con los que aún mantiene contacto.

El flujo por el Darién

El flujo de migrantes a través del Darién con destino al Norte se derrumbó un 94 % en enero pasado, en comparación con el mismo mes del año anterior, al pasar de 34.839 personas a 2.158, según las autoridades de Panamá, en medio de un endurecimiento de las medidas de seguridad panameñas y de la política inmigratoria de Trump.

En las últimas semanas grupos de migrantes procedentes del Norte han intentado entrar a Panamá desde la vecina Costa Rica, en un viaje a la inversa.

En este contexto, el viernes pasado naufragó en el Caribe panameño una lancha en que viajaban 21 personas – de ellas 19 migrantes de Venezuela y Colombia – de las que fueron rescatadas 20 con vida mientras que una niña venezolana de 8 años murió, de acuerdo con las autoridades.

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