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El Museo Ucraniano de Nueva York, espejo y refugio de una cultura en peligro

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Nueva York, 7 oct (EFE).- En un modesto edificio de ladrillo rojo en el barrio del East Village se aloja el Museo Ucraniano de Nueva York, el más grande del mundo dedicado a este país fuera de sus fronteras y que en palabras de su nuevo director, Peter Doroshenko, es espejo y refugio de un legado cultural ahora en peligro.

Fotografía de un artículo expuesto en el Museo Ucraniano, el 6 de octubre de 2022, en Nueva York (Estados Unidos). EFE/ Nora Quintanilla

Doroshenko, nacido en Chicago de padres ucranianos, explica a Efe que siente una “gran responsabilidad” al frente del Museo Ucraniano pese a sus tres décadas de experiencia como director y comisario, ya que ve a este ente como un “representante de lo que está pasando en los museos en Ucrania”.

Dos personas entran al Museo Ucraniano, el 6 de octubre de 2022, en Nueva York (Estados Unidos). EFE/ Nora Quintanilla

Y así lo transmite: vestido de negro excepto por un pin con la bandera azul y amarilla, da paso a su exposición más reciente, “Impact Damage” (impacto daños), en la que la oscuridad y el silencio dominan la sala y solo se aprecian algunos cuadros, esculturas y artefactos bajo la luz proyectada por vídeos documentales sobre la guerra provocada por la invasión de Rusia.

RECORDATORIOS DE LA GUERRA

Salvo que se use una linterna, son las imágenes de los refugiados huyendo y los soldados en las trincheras filmados por Babylon’13, un colectivo de cinematógrafos y activistas, las que emiten algo de luz para permitir distinguir el bordado tradicional de un traje del s. XIX, o el dibujo de un cartel político de la era soviética presentes en una de las salas.

“Es la experiencia de lo que pasa en el 99 % de los museos en Ucrania: no están abiertos, no hay nadie allí”, señala Doroshenko, que está en contacto con muchos directores y también ha impulsado una muestra rotatoria para contar sus historias y el trabajo que hacen para salvaguardar sus colecciones.

El museo también homenajea al fotoperiodista Maks Levin, asesinado por las tropas rusas en el primer mes de las hostilidades cerca de Kiev, según reporteros Sin Fronteras, y luce medio centenar de sus instantáneas, las últimas que tomó, acompañando a un mapa con una explicación sobre el conflicto.

UN LEGADO EN PELIGRO

Aunque la política está muy presente, también hay arte libre de ella, como las pinturas surrealistas de Emma Andijewska, que llenan una galería en el segundo piso, o las cerámicas inspiradas en figuras femeninas del folclore ucraniano de Slava Gerulak, en una galería subterránea junto a una biblioteca y un aula.

En 2024, si todo va bien, se sumará una exposición de la pintora naíf Maria Prymachenko, un icono de la identidad ucraniana que saltó a los titulares internacionales después de que una treintena de sus obras se quemaran en un bombardeo ruso cerca de Kiev que afectó al museo que las cobijaba.

“Es un aspecto de lo que los rusos están haciendo a la cultura ucraniana: básicamente la intentan destruir”, opinó el director, que desde su institución impulsa un programa llamado SAFE para que aquellos museos reciban computadoras, accedan a servicios en la nube y puedan registrar electrónicamente sus colecciones.

El ejecutivo destaca el compromiso del Museo Ucraniano con su comunidad dada la actualidad geopolítica, pero también reivindica el casi medio siglo de trabajo del ente para preservar el legado artístico y cultural del país, que ha dado lugar a un archivo de unas 7.000 obras.

¿RUSOS O UCRANIANOS?

“No queremos dejar de hablar, por culpa de la guerra, de los aspectos históricos que nos hacen ucranianos”, apostilla Doroshenko, quien quiere “continuar” la labor de esta institución como espejo de la cultura ucraniana poniendo sobre la mesa su experiencia y contactos.

No obstante, admite que busca también “realinear ciertos aspectos de la historia del arte en el siglo XX sobre quién es ucraniano y quién es ruso”, una tema que la guerra ha sacado a colación y que está llegando a algunos museos de renombre como el MoMA, el Guggenheim o el Metropolitan.

En ese sentido, apunta a Kazimir Malevich, Vladimir Tatlin o Alexandra Ekster, aunque la lista “sigue y sigue”, como artistas ucranianos que estaban categorizados rusos y cuyas “etiquetas inadecuadas de antaño” se han empezado a “corregir” a raíz de esas conversaciones, algo que aplaude.

Tras once años al frente del museo Dallas Contemporary, Doroshenko tiene como reto en el Ucraniano ampliar la oferta con diseño gráfico, arquitectura, moda o cine, pero sobre todo “crear una organización multidisciplinar que no tenga miedo de mostrar lo mejor que pueden ofrecer los ucranianos y la diáspora”, agrega.

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