Washington, 26 jun (EFE).- En primera fila del Tribunal Supremo de Estados Unidos hay un asiento reservado para el caricaturista Bill Hennessy. Durante 40 años, su lápiz ha retratado casos como el que derogó la protección federal del derecho al aborto, la causa del 11-S o la batalla judicial entre Johnny Depp y Amber Heard.
Todo empezó “por casualidad” cuando un canal de televisión llamó a la facultad donde el joven Hennessy estudiaba Bellas Artes. “Necesitamos a un dibujante para un tribunal”. Fue el único voluntario. Ese impulso definió el rumbo de su profesión, llevándole a presenciar hasta tres juicios políticos a presidentes de EE.UU.
Lo cierto es que el oficio de caricaturista de tribunales lleva años muriendo y el último giro de guion viene de la mano de la entrada de cámaras en las audiencias, a medida que más cortes deciden empezar a permitirlas en sus salas.
El mismo Hennessy ha retratado sesiones en las que se discutía la petición de entrada de las cámaras en la sala: “Me encontré que estaba dibujando al abogado presentando el argumento para básicamente echarme”, explica a EFE el artista.
Recientemente, los tribunales de Indiana permitieron por primera vez en mayo la entrada de cámaras a las audiencias, después de un proyecto piloto el año pasado. Uno de los requerimientos es no grabar directamente a jurados, menores y a algunos testigos. Asimismo, el acceso se decide caso por caso.
John McGauley, el máximo responsable administrativo del Tribunal Superior de Allen, apunta a EFE que “las cortes son un misterio para los ciudadanos. Ver lo que ocurre en la sala con sus propios ojos proporciona al público una herramienta más para aumentar su fe en ellos”.
Sin embargo, el funcionario cree que la presencia de cámaras “puede ser dañina en algunos procedimientos”, por lo que “siempre habrá demanda de caricaturistas”.
No lo tiene tan claro la artista Christine Cornell, quien lleva 50 años asistiendo a juzgados para retratar a personalidades como el expresidente Donald Trump o el polémico congresista republicano George Santos, cuyo dibujo se viralizó en redes sociales hace unas semanas.
“Llevamos muriendo desde hace 50 años”, dice a EFE Cornell. Para ella, esta profesión es “anacrónica” y se siente como un “dinosaurio”, aunque cree firmemente en la necesidad de que siga habiendo nuevas generaciones de caricaturistas, especialmente ante la “amenaza” de las cámaras.
A su juicio, “no se puede luchar contra una cámara en términos de tiempo, pero sí de muchas otras maneras”, dándole más humanidad que tomando una simple fotografía.
“Nosotros retratamos algo que tiene lugar a lo largo de muchos minutos. Si la audiencia dura una hora, dibujas a media docena de personas en su forma más pertinente. Las cámaras no pueden crear la dinámica dramática entre los personajes porque sólo tiene una toma”, defiende la artista.
Al igual que Cornell, Hennessy describe la intensidad de cada caso, en los que no pueden perderse ningún detalle crucial.
El caricaturista recuerda que en una comparecencia de los conocidos “francotiradores de Washington D.C.”, los jueces pidieron a uno de los acusados que enseñara cómo usó el arma para la cacería humana que tuvo lugar en la capital en 2002.
Como ese acusado hizo los movimientos muy rápido, las cámaras no llegaron a tiempo, pero Hennessy fue capaz de reproducir la escena de memoria, con lo que la única imagen gráfica que existe de ese momento es la suya.
La presión es añadida cuando las celebridades son las protagonistas. “La gente los conoce y esperan reconocerlos”, dice Hennesy, quien admite que a veces tiene “la sensación de no haberlos dibujado lo suficientemente guapos” o no hacerlo a la perfección.
Precisamente este artista fue criticado por su retrato de Trump durante la lectura de los cargos contra él este mes en un juzgado de Miami por sacar una imagen de él demasiado “favorecedora”.
Por otro lado, este tipo de casos son los que más expectación despiertan y en los que más interés tienen los medios por entrar.
Ya lo demostraron Johnny Depp y Amber Heard con su juicio abierto al público y plagado de medios, algo que Hennessy cataloga como “un buen argumento” para abogar contra la entrada de las cámaras.
De hecho, fue por un caso con una expectación similar en 1935 cuando se prohibieron las cámaras en los tribunales. El llamado “juicio del siglo” sobre el secuestro-asesinato del hijo de 20 meses de Charles Lindbergh, el famoso aviador que era entonces el hombre más admirado de Estados Unidos.
Fue descrito como “la mayor concentración de hombres y equipos para la cobertura de noticiarios desde la Gran Guerra”, en referencia a la I Guerra Mundial (1914-1918), en él se dieron cita más de 100 reporteros audiovisuales, 50 cámaras y 35 camiones de sonido.
Si una cosa tiene clara Cornell es que el Tribunal Supremo de EE.UU. no cederá a convertir su sala en una “fanfarria circense” mediante cámaras. “La emisión televisiva tiende a hacer que los abogados y jueces se pongan grandilocuentes porque se dirigen a un público más amplio, lo que no es un uso adecuado del sistema”, cree Cornell.
Y es que, con la entrada de las cámaras a las salas, hay veces que se pierde la magia de un ratón colándose por los pasillos, como el que fotografió con sus lápices de colores Hennessy durante el juicio político en el Senado al entonces presidente Bill Clinton.
Sara Soteras i Acosta