Miami (EE.UU.), 19 dic (EFE).- A más de tres décadas de su irrupción en el rock latino, el dúo colombiano Aterciopelados no reniega de su edad, sino que se burla de ella y le canta, una exploración que marca ‘Genes rebeldes’, el álbum que les valió una nominación al Grammy y los llevó de gira por Estados Unidos.

“La rebeldía va cambiando. Uno va defendiendo ese lugar, porque esta sociedad no quiere viejos y menos mujeres viejas”, dice Andrea Echeverri en una entrevista con EFE.
Para Echeverri y Héctor Buitrago, de 60 y 62 años, respectivamente, la rebeldía no es patrimonio exclusivo de la juventud, sino una forma de resistencia que se transforma con el tiempo.
“Entonces yo tengo canciones de volverme vieja, de estar fofa y de no ir al gimnasio, de no hacer dieta. Es como defender también una existencia, ¿sabes? Porque nos venden esta mujer joven y sexy. ¿Y las que nos enfermamos y las otras?, pues aquí estamos”, agregó la cantante.
Buitrago le canta a la andropausia y se ríen al contar la diferencia de sus planteamientos: Ella desde la lucha, él desde el juego, pero ninguno reniega del paso de los años ni intenta disimularlo, y lo convierten en materia prima creativa. En sus palabras, el rock deja de ser solo un gesto confrontacional y se convierte en un acto de defensa personal y colectiva.
“Pues uno va como creando un personaje y entonces uno es antidiva”, confiesa Echeverri. Para ambos, “también el sentido del humor nos salva y este disco tiene bastante”.
Hoy en día seguir siendo Aterciopelados es una declaración de principios: “Es seguir llevando la bandera de lo alternativo. Seguir teniendo una visión crítica de lo que está sucediendo, hacer las cosas a nuestra manera, con nuestras fusiones y mezclas”, explica Buitrago.
La gira actual funciona como un termómetro del vínculo intergeneracional que han creado a lo largo de 35 años y que alimentaron en 2025 con su mezcla de rock, blues, electrónica, percusión latina y hasta lo que han definido como “boleros cósmicos”.
En los conciertos aparecen niños, adolescentes y adultos que cantan canciones de distintas etapas del grupo. Para Echeverri, esa mezcla es tan conmovedora como desconcertante.
“Me pone nerviosa ver niños porque yo digo groserías”, confiesa entre risas. Pero también la emociona constatar que, en un tiempo de consumo musical individualizado, todavía hay familias que comparten referentes culturales.
Envejecer en el rock es también una exigencia física. Echeverri y Buitrago comparan las giras con deportes de alto rendimiento.
El desfase horario por vuelos, los cambios de clima, aeropuertos, pruebas de sonido y noches cortas forman parte de una rutina que hoy requiere más preparación que en los 90. “Ya no hacemos esas giras en bus durmiendo mientras el vehículo avanza”, reconocen, aunque siguen siendo una exigencia importante.
Echeverri lo describe con crudeza y humor. “Es un esfuerzo físico violento, pero también hay una alimentación emocional que nos da la gente”, dice. Antes de salir de gira, cuenta, se somete a revisiones médicas y hasta va al dentista para evitar cualquier eventualidad “como los astronautas”, indica.
El grupo ya mira hacia los Grammy de 2026, que se celebrarán en febrero Los Ángeles, y otro hito: los 30 años de ‘La pipa de la paz’, uno de los discos más influyentes del rock latino de los noventa.
El aniversario dará lugar a nuevas versiones y colaboraciones, en un contexto en el que, como reconoce Buitrago, producir música nueva es cada vez más costoso y menos rentable. “Un álbum es un animal vivo, un álbum de fotos y un gasto enorme”, resume.
Aterciopelados sigue adelante, no por estrategia comercial, sino por necesidad creativa. “Seguir haciendo música es rebeldía”, dice.


