Las Manos (Honduras), 16 abr (EFE).- La frontera entre Nicaragua y Honduras, en el paso de Las Manos, está desolada, sin apenas migrantes desde hace al menos dos meses, justo después de que Donald Trump asumiera como presidente de Estados Unidos y endureciera sus políticas migratorias.
Los escasos transeúntes que pasan por allí, entre pequeños comercios y camiones para el tránsito de mercancías, regresan a Venezuela. Desgraciadamente, vieron frustrado su “sueño americano” y ahora recorren en sentido contrario el mismo camino que los llevó a tratar de alcanzar Estados Unidos, sin éxito.
“Con la misericordia de Dios (llegaré a Venezuela). No hay más nada. Posiblemente (calculamos otros meses más) porque el camino en Panamá es más difícil, también por los costos de los pasajes. De repente la suerte cambia, pero no todo el mundo la tiene fácil”, dice a EFE el venezolano José, que prefirió no dar su nombre completo.
José, de 32 años, emprendió su viaje hacia el norte hace once meses, pero no pudo “subir” más allá de Ciudad de México por las complejidades económicas y de obtener el documento migratorio necesario para desplazarse libremente por ese país.
“Llegué hasta Ciudad de México nada más. Tuve una estadía ahí (de meses) pero el camino es muy difícil, los trabajos no son bien pagados. No da el recurso, no da la base. Hay que retornar”, cuenta mientras acomoda sus pertenencias a la espalda.
Venezolanos, los que más retornan

Él y otros 29 venezolanos más acababan de llegar hasta la línea divisoria con Nicaragua en un bus de ruta al que se subieron en otra ciudad hondureña. Así es como emprendieron su regreso desde México y cómo continuará: de bus en bus, trochas (pasos ilegales) y a pie.
Ese ínfimo número de migrantes refleja la caída del flujo migratorio por Centroamérica, como recuerda la coordinadora del proyecto 'Resiliencia' de la localidad de El Paraíso de la Cruz Roja Hondureña, Luz Emilia Fúnez. Ya no hay migrantes hacia el norte, ahora quieren regresar a su país, del que salieron en busca de algo mejor.
“(El flujo migratorio) es muy dinámico. El de 2022 o 2023 ha bajado significativamente. Podemos ver, como el de hoy, que pasan unas 30 o 25 personas (…) otra peculiaridad es las personas en tránsito (están) de retorno”, detalla Fúnez.
Al llegar a esa frontera, que separa a ambos países centroamericanos con una paupérrima barrera de metal, los migrantes venezolanos se dividen en dos grupos: aquellos que siguen “pa´bajo” (como ellos lo definen) hacia territorio nicaragüense y los otros que pasan la noche en el albergue de la Fundación Alivio del Sufrimiento.
Mientras que algunos regatean con los chóferes de los autobuses del lado nicaragüense el precio para llegar hasta Managua, otros van hacia el albergue de la fundación religiosa donde tienen los servicios básicos, duchas, camas y algo de comida. También están los que dudan, fatigados del cansancio del viaje.
“En el 2022 se atendían hasta 2.000 personas en un día (…) y eran de diferentes nacionalidades como venezolanos, cubanos, haitianos, chinos. Y, hoy en día, se reciben más migrantes retornados, que están pasando más cubanos (y) venezolanos”, explica Fúnez, la coordinadora de la Cruz Roja.
Ese día, según pudo presenciar EFE, el grupo de 30 venezolanos fueron los únicos migrantes que llegaron hasta esa zona limítrofe. La media de edad de los migrantes era de treinta años, con escasa presencia de menores de edad, según datos ofrecidos por la Cruz Roja.
Permanecer a pesar del descenso de migrantes

Independiente si deciden seguir el camino hacia el sur o esperar una noche, los migrantes pasan por el pequeño puesto de la Cruz Roja hondureña, una de las pocas organizaciones humanitarias allí presentes.
La Cruz Roja reparte botellas de agua y un “kit” de supervivencia, en una colorida bolsa para colgar en la espalda equipada de un silbato para avisar de un peligro o en caso de separarse del grupo, linterna y productos de aseo, también para los bebés.
“En este momento está enfocado para la población móvil en tránsito (…) contamos con el servicio prehospitalario, algunos kits, hidratación, asistencia psicológica y psicosociales. También actividades para niños y niñas, en el caso de que sus padres estén haciendo algún trámite. Se tiene ese calor humano que como institución nos caracteriza”, apunta Fúnez.
Pero en cuestión de minutos y con las bolsas a la espalda, todos se han disipado: muchos de ellos aceleraron su paso para introducirse, uno detrás de otro, en una trocha a unos pocos metros, desapareciendo entre la boscosidad y evitando así la migración nicaragüense; solo un reducido número opta por descansar en el albergue.
Y así esa frontera casi ha vuelto a su normalidad: ser un paso comercial con camiones que hacen una kilométrica fila para entrar a Nicaragua.