Nueva York, 23 abr (EFE).- La escritora española Irene Vallejo disfrutó de una exclusiva visita a puerta cerrada de los tesoros de la biblioteca central de Nueva York, en uno de los actos de su “gira” norteamericana para presentar su exitosa obra “El infinito en un junco”.
La Biblioteca Pública de Nueva York, considerada un faro cultural en la ciudad, tiene una variopinta colección de objetos culturales recolectados a lo largo de los años y que han sido donados por las distintas familias de mecenas involucrados con la gran cultura.
Como parte de su estancia en Nueva York, donde la escritora aragonesa ha impartido tres conferencias para sus lectores, el Consulado de España en Nueva York contactó con los responsables de la biblioteca para que ella pudiera visitar el lugar y concretamente su exposición.
Lo que no sabían es que algunos de sus responsables, que han leído la versión inglesa de “El infinito en un junco”, titulada “Papyrus”, quisieron tener una deferencia particular con Vallejo y, una vez que los usuarios habían abandonado el imponente edificio de Bryant Park, organizaron una visita “ad hoc” para ella.
Fue así como ella pudo ver todos esos tesoros, entre los que destaca una carta de Cristóbal Colón datada en 1493 para Luis Santángel, tesorero de la Corona de Aragón, así como un mapa de Tenochtitlan, la ciudad azteca donde luego se asentó la capital mexicana, encargado por Hernán Cortes y enviado a Carlos V.
Junto a ellos, un ejemplar de la famosa Biblia de Gutenberg, una “Vida del profeta (Mahoma)” impresa a colores en Turquía en lengua árabe en 1594 y distintos atlas del siglo XV y libros con descripción del firmamento.
Tampoco faltan documentos patrióticos estadounidenses, como un ejemplar de la “Declaración de la independencia” de Thomas Jefferson o una carta manuscrita “de despedida” de Georges Washington, además de un mapa de la isla de Manhattan confeccionado en 1811 con lo que se supone es el primer plan urbanístico de la isla.
La ecléctica colección de piezas únicas de la biblioteca incluye además objetos dispares como la silla y el escritorio donde escribía Charles Dickens, el bastón con el que Virginia Woolf caminó en su último viaje antes de internarse en un río y suicidarse o una partitura original de Ludwig van Beethoven.
Pero también la era contemporánea tiene cabida en la exposición, y es aquí donde la diversidad de criterios se abre por completo: un registro de un libro de ahorros de emigrantes llegados a Nueva York en 1850, un gramófono berlinés de 1895, carteles originales de los espectáculos del mago Houdini o la actriz Sarah Bernhardt, la maleta de trabajo de Malcolm X o maquetas usadas para un disco de Lou Reed.